La última gobernante de la estirpe del general macedonio Ptolomeo fue también el final para los faraones que reinaron Egipto. Era un enemigo destetado por Roma. Ser mujer y reinar uno de los territorios más ricos e independientes del Mediterráneo era algo que el imperio aborrecía. Roma la utilizó para moldear un adversario sublime; hembra fatal y sin escrúpulos. Su único objetivo, según se contaba a la plebe, era adueñarse del imperio seduciendo a sus poderosos generales. Su imagen quedó vilipendiada para la historia y se olvidó por siglos quién fue realmente Cleopatra.
La derrota de Marco Antonio ante las tropas del general Agripa encendió la máquina difamadora. Cayó Egipto, cayó Cleopatra, y Occidente inició una campaña de desprestigio. Horacio, el gran poeta romano, no desaprovechó su oportunidad al describirla como “mujer manipuladora libertina, monstruo fatal y traidora”. Augusto, primer emperador de Roma, fue hábil al utilizarla como enemiga y cimentó su reinado en la victoria ante la faraona. Tanto es así que al momento de designarse un mes en honor al emperador este desechó septiembre, mes de su nacimiento. Por el contrario eligió el octavo mes, fecha de la muerte de Cleopatra, y recordar así cada año su derrota.
Fue Marco Antonio el líder de las tropas enemigas, quien enfrentó a Roma de forma directa, pero él era hombre y romano. Cleopatra sin embargo se ajustaba perfectamente al estereotipo más odiado por aquel entonces en el imperio. Un enemigo mujer, irresistible y peligrosa que además era extranjera. El caldo perfecto para engendrar un monstruo.
Las películas siempre nos han hablado de sus pasionales amores con Julio César y Marco Antonio, por aquel entonces los hombres más poderosos del planeta. Poco nos cuentan sin embargo de los hijos que tuvo con ambos. Con César, el mayor de ellos, Cesarión. Con Marco Antonio dos mellizos, Cleopatra Selene y Alejandro Helios, y el más pequeño, Ptolomeo Filadelfo. Ni Roma ni Hollywood estaban interesados en esa imagen familiar de Cleopatra.
Además de su personalidad, su belleza tampoco escapó a la propaganda Romana. Cleopatra no era hermosa. De eso dan cuenta objetiva las monedas acuñadas con su imagen. Plutarco, historiador griego, destacó que no poseía una hermosura “tal que asombrara a cuantos la veían; mas la interacción con ella era arrobadora y su apariencia, junto con su habilidad para persuadir en un coloquio y el temperamento con que acompañaba cada intercambio, resultaba muy estimulante. También daba placer con el tono de su voz, pues su lengua era como un instrumento de varias cuerdas».
Sin embargo Cleopatra consiguió escapar a la condena que la historia reserva a los perdedores. La tinta Romana no fue la única que registró entonces su vida. Mientras Occidente moldeaba su imagen seductora y peligrosa que todos visualizamos al recordarla, quedaron textos escritos en África y oriente que la describen de una manera muy diferente.
En estos registros se detalla a Cleopatra como una mujer extraordinariamente culta. Mandataria astuta e inteligente entregada a la liberación de su pueblo ante el yugo romano. Formada en Alejandría, cuna de la cultura de la época, los árabes la recuerdan como una reina filósofa, matemática y médica. Durante su formación en Alejandría tuvo acceso a la gran biblioteca, pudiendo estudiar los grandes textos del saber antiguo. Leyó las obras de Homero, Eurípides o Aristóteles.
«En oriente la recuerdan como una reina filósofa, matemática y médica”
Dominó ocho idiomas lo que hacía que en sus audiencias nunca requiriera de traductores. Fue la única de toda la dinastía de los Ptolomeos que se integró realmente en la cultura Egipcia dominando su lenguaje y comprendiendo a la perfección la lectura de los jeroglíficos. El mismo Galeno, gran médico de Roma, cita, centurias después a su derrota, uno de los libros que escribió Cleopatra sobre las propiedades terapéuticas de algunas plantas.
Tal era la admiración que en oriente se tenía de ella que más de 400 años después de su muerte aún persistía una estatua en su honor en Philae a la que se le rendían tributo y atraía a peregrinos fuera de las fronteras de Egipto.
Roma consiguió derrotarla en vida e intentó lo propio con la historia. Sin embargo la inmensidad de su carácter no se evaporó ante ellos. La grandeza de Cleopatra permaneció grabada en cuantos no la odiaron, convirtiéndola, sin duda, en uno de los monarcas más brillantes de la historia clásica.