El canto del tiburón

¿Cómo es posible que no nos importen todas las especies por igual? ¿Cómo hemos obviado el rol de muchísimos animales simplemente porque “nos caen mal”? Discutamos por un momento qué papel estamos jugando en el exterminio de algunos de los seres más importantes con los que compartimos nuestro hogar.

Hoy en día una mayoría social piensa que las ballenas son seres hermosos, interesantes y a proteger. Todos hemos visto imágenes de yubartas saltando fuera del agua, migraciones de la ballena gris o la ballena azul, el animal más grande que jamás haya existido. Muchos de estos maravillosos seres están en peligro por la sobrepesca sufrida a manos del hombre, pese a la simpatía que generan. No fue hasta 1971 que cambió la situación cuando Roger Payne reprodujo en Londres el canto de las ballenas en un intento de captar la atención de la gente y de los medios de comunicación. Así se impulsó un movimiento que terminó con la prohibición de cazarlas en 1982. Hoy en día hay otros seres vivos que requieren de nuestra ayuda. Ellos, sin embargo, no cantan. Son los tiburones.

Imagen de baechi en Pixabay

Los tiburones son animales ancestrales, muy anteriores a las ballenas, anteriores incluso a los dinosaurios. Aunque las especies antiguas, ya extintas, eran bastante diferentes a las actuales, ya desempeñaban un papel crucial para el desarrollo de la vida acuática. Algunas civilizaciones pasadas consideraban al tiburón como un símbolo de poder, ya que eran quienes decidían quién vivía y quién no. Así, se les considera “arquitectos” en un mundo cambiante donde los mejores adaptados podrían seguir viviendo, y los que no, desaparecerían.

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De pequeño vi varias veces la película Tiburón y al ir a la playa se me hacía casi imposible no recordar su banda sonora, terrorífica, al acercarme a la orilla. Como yo, muchas personas tenían ese miedo, e incluso algunas lo han arrastrado hasta su vida adulta. Esa película y la infinidad de imágenes que muestran a los tiburones como animales sanguinarios, hacen que la percepción general de la población sea bastante negativa. Tanto es así, que resulta difícil encontrar gente interesada en salvar a los tiburones. ¿Salvarlos de quién?

De acuerdo a la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), desde los años 50 se ha triplicado la pesca de tiburones. Alcanzaron el máximo histórico en el año 2000 con más de 880.000 toneladas capturadas. Podríamos pensar que eso es mucho pero que hay otros animales que se pescan más. Puede ser, pero los tiburones son seres de larga vida y reproducción tardía, lo que complica que sus poblaciones se recuperen. Esto agrava la situación, pero es aún más desoladora cuando indagamos en la causa de esta sobrepesca.

El “aleteo” consiste en cortar las aletas de los tiburones y deshacerse del resto del animal. La práctica conllevaba, por lo general, tirar al animal de nuevo al agua, muchas veces vivo y agonizante. Sin sus aletas sólo pueden hundirse y morir de asfixia o devorado. Pero ¿por qué hacen esto? Imaginemos que somos pescadores y tenemos un barco con una capacidad en bodega limitada. Las aletas son un producto pequeño en relación al animal completo y su valor es muchísimo más alto en el mercado que el resto del animal. Eso ha llevado a que muchos pescadores tomaran esta práctica con la que han diezmado las poblaciones de tiburones en el planeta. En gran medida, esta práctica se debe al consumo de sopa de aleta de tiburón, un plato que es considerado elitista y que mueve mucho dinero.

Hay un concepto en ecología, que es el “efecto cascada”, que se refiere a las consecuencias desconocidas que tiene la eliminación de alguna especie. Sobre todo es importante en el caso de los depredadores, que mantienen a raya a otras especies. Pero no es lo único de lo que hay que preocuparse; también hay problemas con contaminación del agua, falta de alimento (también por sobrepesca), el cambio climático, etc., etc.

En nuestro mundo, tristemente, la cuestión clave no es la ecológica, sino la económica. Ya en 2011, un estudio sobre el mercado de las aletas de tiburón llamaba la atención sobre esta problemática. Con unos ingresos de alrededor de los 500 millones de dólares anuales, no es un negocio menor, y por tanto, complica su eliminación. En el artículo plantean que de un solo tiburón, por sus aletas, podrían obtenerse hasta 1000 dólares. Pero si consideramos toda la riqueza que ese mismo tiburón, vivo, puede generar a la comunidad a través de una diversificación de actividades y negocios alrededor del mismo, la cifra podría ser de hasta 2,5 millones de dólares. Esta cifra, aunque parece alta, solo considera beneficios directos, pero además los rendimientos para el ecosistema marino aumentaría considerablemente dicho monto. Estos datos concuerdan con otra investigación donde se indica que ecosistemas con depredadores tope (como los tiburones) conlleva considerables aumentos en el rendimiento de las pesquerías.

Hemos alterado muchos de los equilibrios que la naturaleza había tardado millones de años en llevar a donde estaban. Somos buenos generadores de desequilibrios. La responsabilidad es de todos, informarnos, tomar decisiones conscientes, comunicar… Para esto la globalización no nos ayuda. España es el mayor suministrador de aletas de tiburón a Asia. Se pesca aquí, se manda allí,y después compramos productos derivados de esas aletas. Por suerte la Unión Europea prohibió la captura de aletas exclusivamente, y ahora tienen que llegar a puerto con el cuerpo entero. Poco a poco, ¿no?

Imagen de baechi en Pixabay

Algunos países, como Palau, han reconocido santuarios donde se prohíbe la pesca de tiburones. El 90% de los científicos que estudian los tiburones recomiendan prohibir completamente la pesca de tiburones. Cada vez más se ven documentales mostrando su cara menos sanguinaria (recomiendo ver Sharkwater, de 2007). Estas son las estrategias que podemos usar, nuestras herramientas. Usémoslas, hagamos lo posible por darles una oportunidad. Lo hicimos por las ballenas, ¿merecen salvarse también los tiburones? Protegiendo a los tiburones no sólo los cuidamos a ellos, sino a multitud de especies que dependen de ellos.

Este es el canto del tiburón, uno que ellos no nos cantarán pero que está en nuestra mano escuchar, y quizás así, cambiar de nuevo el mundo.

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