En la actualidad el 50% de la tierra habitable del planeta se emplea con fines agrícolas y ganaderos. De esa porción, el 77% (40 millones de kilómetros cuadrados) se dedica a carnes y lácteos, incluyendo las áreas destinadas a agricultura destinada a alimentar el ganado, y sólo el 23% (11 millones de km cuadrados) a agricultura para alimentación directa al humano. Lo que es increíble es ver las diferencias en los modelos entre países. Si todos los países del mundo tuvieran una dieta, por ejemplo, como la de Nueva Zelanda, necesitaríamos no la mitad del terreno habitable, sino el 191%. Es decir, cada centímetro de tierra en nuestro planeta debería estar dedicado a esta actividad, y aún así, faltarían 46 millones de kilómetros cuadrados de tierra que actualmente no existen. Sin embargo, el 83% de las calorías y el 63% de las proteínas consumidas a nivel mundial provienen de ese 23% de tierra dedicada a la agricultura. Lo que implica una eficiencia terriblemente baja del territorio destinado a producir carnes y lácteos.
La cría y alimentación de ganado es la causa de aproximadamente el 90% de la deforestación amazónica, y se estima que el 20% de la soja, y el 17% de la ternera importada en la UE desde Brasil están directamente relacionadas con la deforestación del que era considerado el pulmón de nuestro planeta. Cuando escuchamos en los medios que la selva está en llamas, cuanto menos surge la duda de que pueda haber intereses por detrás. Aún más cuando con el gobierno de Bolsonaro aumentó en un 273% la deforestación, con un incremento del 83% en los incendios en 2019 frente al año anterior. En la última década se ha perdido una superficie de selva superior al área total de Costa Rica.
Pérdida de biodiversidad, uso de fertilizantes, contaminación del agua, pérdida de capacidad fotosintética y de retención de CO2 a nivel planetario, pérdida de calidad de los suelos y su capacidad para regenerar biomasa, generación de gases de efecto invernadero…Tal y como comentan los autores del estudio en Science sobre el amazonas “todos los socios económicos de Brasil deberían compartir la culpa por promover indirectamente la deforestación y la emisión de gases de efecto invernadero”. Eso nos incluye como nación, y debería, por lo menos, hacernos pensar. Y esto es sólo en Brasil, pero si pensáis que la industria cárnica es super respetuosa con el medio ambiente quizás tenemos que ponernos a leer y comprender ciclos y flujos naturales más allá de la opinión de alguien. En España, los desechos derivados, sobre todo de la industria porcina, son un problema ambiental grave (por ejemplo ha ayudado a generar el gravísimo impacto en el Mar Menor, en Murcia), pero estamos muy desligados de todos los procesos que necesitan ocurrir para tener nuestras chacinas y carnes en el supermercado.

Multitud de textos sobre la carne y sus efectos sobre el medio ambiente y la salud se han publicado recientemente, ya que todos los temas van por modas rápidas. Quizás esto levanta más crispación entre grandes sectores de la población, porque parece que queremos decirle al lector lo que tiene que hacer. Creo que cuando escribimos sobre esto, al menos yo, queremos hacer que se piense, por difícil que sea. Las grandes autoridades en materia de salud señalan a las carnes procesadas (incluyen salados y curados, así que sí, el jamón también) como carcinógenos, y por falta de evidencias contundentes, afirman que la carne roja es “probablemente” carcinogénica. Pues también se está viendo que la producción de carne, además de los problemas éticos que tiene el sacrificio masivo de animales y el trato como objetos inanimados en las grandes industrias cárnicas, tiene importantes consecuencias ambientales. Por tanto, no quiero decirle a nadie lo que tiene que comer o dejar de comer, pero la evidencia nos tira de las orejas.

¿Qué es lo que sí se nos pide como sociedad? Se nos pide que incluyamos nuestra consciencia en lo que comemos. No tenemos que ser todos veganos para darle un respiro a la naturaleza, no se trata de eso, pero en España consumimos animales tres veces al día: las tostadas con jamón o con manteca por la mañana, algo de carne para el almuerzo, y para cenar un poquito de embutido sería algo perfectamente normal. Y así, comemos en un día lo que, en cuanto a salud corresponde, se recomienda consumir en una semana. Además, en los platos vegetales está perfectamente justificado, al parecer, incorporar elementos como gambas, pollo, jamón, etc. Por tanto, la idea es empezar a darle una vuelta a estos números y dejar ese círculo vicioso que nos lleva a empeorar la salud y el medio ambiente porque “así está más rico” o porque no sabemos qué comer si no incluye algún animal.
Quiero dejar claro que no pienso que esto sea culpa del consumidor exclusivamente, de hecho, pese a que haya polémica al respecto, una mayoría de españoles está dispuesto a hacer cambios por el medio ambiente. Por supuesto que tenemos que mirar lo que comemos, pero la oferta que nos llega debería ser mucho más respetuosa con el medio. Para eso tenemos que darle la importancia que tiene, leer las etiquetas, pensar a la hora de hacer las compras y al meter una papeleta en una urna, y exigir mucho. Este es un tema muy importante para mí, y por eso comparto estas líneas, esperando que se le den vueltas al asunto.
Es una actitud extraordinariamente egoísta pensar que los animales y plantas del planeta están ahí para que podamos usarlos. Somos todos compañeros de piso, y todos tenemos derecho a existir y tener nuestro espacio. Podemos compartir algunos lugares, y habrá quienes se toleren más que otros, pero todos tenemos algo que aportar, todos, absolutamente todos, tenemos el mismo derecho de vivir y compartir. Durante la carrera, en una de las primeras clases donde vi conceptos relacionados con la conservación ambiental, nos mostraron una lista de razones por las que preservar la naturaleza. Había todo tipo de razones, como la potencialidad de que, a medida que avanza la ciencia, se necesiten nuevos aportes biológicos. Estos conceptos me parecieron, en general, bastante arrogantes, pero había uno, de los últimos y que el profesor ya casi ni mencionó, y es que los seres vivos tienen el mismo derecho que nosotros a estar vivos. Esa, amigos míos, debería ser la razón número 1, ¿no os parece?