“O por consejo o por espada” es una expresión procedente del latín “aut consilio aut ense”. Esta declaración, acuñada en la antigua Roma, se remonta a los orígenes del estado de derecho. Chile realizó su propia adaptación al español para incluirla a su escudo nacional en los orígenes de la República; “por la razón o la fuerza”.
Aunque la procedencia de esta expresión no es bélica el dualismo que ella genera sí lo es; instaurar la razón y si esta no es tolerada, imponer el derecho a utilizar la fuerza.
La razón no debiera asociarse jamás a la fuerza pues son principios antagonistas. Sin embargo la dualidad razón/fuerza ha acompañado siempre a la humanidad. La renuncia de la razón, la imposición de la fuerza bruta, son sucesos atemporales y extrapolables a cualquier momento actual o pasado. La transformación de razón a fuerza, la evolución del raciocinio a la brutalidad, ha perseguido y torturado a millones de personas por siglos.
Cuando Atenas, la polis griega abanderada de la democracia, posó sus ojos sobre Melos, todos sus principios de igualdad sobre los hombres desaparecieron. Antes de la declaración del conflicto los representantes de ambos bandos se reunieron a parlamentar. En este concilio, y frente a un auditorio ateniense carentes ya de juicio, el representante de la pequeña isla del Egeo les recriminó(1);
“La oportunidad de explicarnos mutuamente nuestro punto de vista no merece ningún reproche Atenienses. Sin embargo, la realidad de la guerra parece estar en desacuerdo con esta propuesta que nos traéis. En efecto vemos que vosotros habéis venido aquí ya como jueces de lo que vaya a tratarse. Y vemos también que a nosotros el fin de este debate nos traerá con toda probabilidad el siguiente resultado; si logramos imponernos en el campo de la ley y del derecho y por ello no cedemos ante vosotros, será la guerra. Y si nos dejamos convencer, será la esclavitud.”
Atenas finalmente, y como bien sabían los Melios, arrasó la isla. La fuerza impuso sus códigos abandonando la lógica para cumplir así las pretensiones atenienses.
Hay cientos de ejemplos donde la barbarie escribió la historia clásica, y la actual. La destrucción de Cartago por la llamada “civilizada” Roma fue atroz. Los cronistas escribieron que los cuerpos moribundos de los cartagineses fueron utilizados como relleno en los fosos. El propio Publio Cornelio Escipión Emiliano, cónsul electo que asedió y derrotó Cartago, lloró al ver el atroz espectáculo. Sus lágrimas se hundieron ante el salvajismo de la sinrazón(2).
Sucedió en el pasado y se repite hoy día. La guerra es un invento humano que se nos vende como necesario, como inevitable. Europa rebosa de ciudades amuralladas que viven con miedo al invasor. Cuando la razón y la concordia se dejan de lado, la ideología arrasa al enemigo.
La guerra es la ausencia pura de razón. Es su antagonista. La guerra, como escribió Tucídides, deforma la realidad, las palabras, las ideas(3).
“Cambió hasta el significado normal de las palabras y este se distanció de los hechos. La audacia y reflexiva pasó a ser considerada un valor fundado en la lealtad a un partido. La vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada. La moderación una máscara para encubrir una falta de hombría. Y la inteligencia, la razón, fue considerada incapacidad total para actuar. La precipitación irreflexiva se tomó como una cualidad viril y la precaución con vistas a la seguridad se consideró un pretexto para eludir los peligros. Quien triunfaba basándose en el engaño conseguía como trofeo la fama de inteligencia pues la mayor parte de los hombres aceptan mejor el calificativo de inteligentes cuando son unos canallas que el de cándidos cuando son hombres de bien. De esto se avergüenzan mientras que de aquello se enorgullecen. En realidad la causa de todos estos males era y será el deseo de poder inspirado por la codicia y la ambición”.
Sin embargo todo es cultural. La guerra es una invención del género masculino. Existen registros de civilizaciones no guerreras. No hace falta salir siquiera del Mediterráneo. Creta nos dejó restos de un reino sin estructura defensiva ninguna. El palacio de Cnossos aparece abierto, sin murallas que impidan el paso al extranjero.
Lo que sucedió en Atenas, en Roma, o lo que sucede hoy en día por todo el mundo es el privilegio de los poderosos a abandonar la razón e imponer su fuerza. Alcibíades escribió, “sólo se puede hablar de justicia cuando hay una igualdad de poder. Cuando no es así, los poderosos deciden y los débiles acatan.” Y esta es la cultura en la que la humanidad asienta sus raíces. Fue, es y será, por la razón o la fuerza.
1. Tucídides. (428-426 a. C.) Historia de la guerra del Peloponeso. Vol. V. (Diálogo de los melios). Tucídides.
2. Polibio. Historias.
3. Tucídides. (422-415 a. C.) Historia de la guerra del Peloponeso. Vol. III.