La naturaleza en nuestra vida

Como especie, nuestras acciones y actitudes pueden llevarnos a salir de los ciclos naturales. Pero la naturaleza trabaja de formas diversas y es posible que esté guiando nuestras acciones hacia nuevos equilibrios.

¿Alguna vez se preguntaron cómo puede un animal atentar contra la propia naturaleza que lo sustenta? No parece tener mucha lógica ese razonamiento, ¿no? Sin embargo, lo hacemos constantemente. Estamos tan disociados de las consecuencias que ni siquiera somos capaces de asumir las implicaciones de nuestros actos. El problema es que son las cosas más básicas las que generan las destrucciones más grandes: conseguir alimento, eliminar residuos y, a medida que avanzamos se hace más y más importante, el consumo de energía.

Si lo pensamos, todos los animales tienen ciclos biológicos donde toman y devuelven al medio ambiente. ¿Cómo nos hemos salido nosotros de ese ciclo? ¿O acaso no creen que nos hemos salido? Para quien crea que no nos hemos salido, les hago una consulta: ¿Cómo le devolvemos el favor a la naturaleza con la incineración de nuestros cuerpos al morir? Tomamos y tomamos energía durante años, y cuando llega el momento de devolverlo al medio ambiente decidimos que lo vamos a hacer de la forma más contaminante posible, gastando energía y convirtiéndonos en CO2, justo lo que necesita la naturaleza (entiéndase la ironía). O construyendo con cemento los lugares donde dificultaremos nuestra descomposición. Son los sinsentidos de la economía lineal.

¿Han oído hablar de la economía circular? Es aquella que intenta no generar residuos, o al menos los minimiza, aprovechando todo lo que se puede de los recursos y reduciendo el consumo de materias primas. Así por ejemplo, en lugar de tirar la basura orgánica al contenedor, se puede aprovechar para hacer compost o darle de comer a las lombrices de tierra y generar abono natural. La reutilización de productos para diferentes usos es clave para reducir nuestros desechos y necesitar menos.

Economía circular, flujo de materiales

Según la hipótesis de Gaia (Lovelock, 1969) el planeta, la naturaleza, se comportaría como un sólo organismo, capaz de autorregularse, capaz de llegar a equilibrios y de autosustentarse. Pensemos por un momento en esta posibilidad. Si fuera así, el ser vivo que está desequilibrando todo es el ser humano: océanos contaminados y acidificados, humos, vertederos masificados que contaminan las aguas subterráneas, etc. En general, un ser que vive como si dispusiera de los recursos de más de una Tierra (huella ecológica). ¿Podría Gaia restablecer los equilibrios?

No será la única manera de pensarlo, pero la pandemia de la Covid-19 ha sido una llamada de atención a todos, y muchas personas están hablando de cómo prevenir futuros brotes. Todo apunta a que la solución pasaría por cambiar de forma considerable cómo hacemos las cosas. Proteger los recursos naturales, consumir sólo lo necesario, dejar tanta comodidad, etc. Esto parece que va en dirección opuesta a lo que dicta nuestra economía. Sin embargo, las economías se desestabilizan cada vez con mayor frecuencia (dos crisis económicas globales en menos de 20 años).

Siguiendo con la hipótesis de Gaia, quizás podamos reflejarlo en nuestra forma de pensar. Hay multitud de estudios científicos de animales que autorregulan sus poblaciones dependiendo de los recursos que tienen. En muchos países está surgiendo una demanda popular de cuidado de recursos naturales, y a su vez, la natalidad ha decaído drásticamente a medida que aumentaba nuestro poder de consumo. ¿Y si no fueran hechos aislados? ¿Y si esta es la manera que tiene la naturaleza de autorregular su capacidad para mantenernos?

Tomado de genteecologica.blogspot.com

De ser así, esta regulación va de la mano del conocimiento. A medida que tomamos consciencia del funcionamiento de los ciclos naturales nos hacemos también más responsables de nuestros actos. Pensemos, por ejemplo, en la serie inglesa ‘Utopía’ que plantea que la sobrepoblación es el problema para el planeta, y eso sólo es posible porque conocemos lo que estamos causando. Por supuesto, este conocimiento no llega a todos por igual, y quedó claro cuando en el mes de abril una organización vecinal en la provincia de Cádiz fumigó sus playas con lejía para que los niños pudieran ir sin miedo al coronavirus. Ni siquiera cuando llega tiene porque generar el cambio deseado. Pensemos, por ejemplo, en todos los líderes políticos que, pese a la evidencia científica abrumadora, siguen negando el cambio climático. En estos casos habría que considerar también qué otros intereses puedan tener.

Sin embargo, la mayoría de la población no podemos entrar en ese juego de intereses y tenemos que dejar nuestro egoísmo a un lado. Puede parecer difícil, pero no lo es. Vamos a encontrar multitud de presiones de esa economía que se tambalea para que sigamos manteniendo su hegemonía y sigamos comprando el último modelo de teléfono, o que aprovechemos el black friday para comprar cosas que realmente no necesitamos. Y como estas, muchísimas acciones más. Habrá quien piense que esto no es para ellos, pero yo creo que sí.

Todos tenemos una serie de criterios para nuestras acciones: que producto comprar, a que tienda entrar, cómo llegar allá, etc. Esos criterios son tan variados como opciones tenemos: precio, distancia, amistad, comodidad, etc. Lo que propongo es tan fácil como incorporar otro más a nuestra lista, el criterio ambiental. 

El criterio ambiental

Naturaleza
Imagen de Sophia Hilmar en Pixabay

¿Qué implica esto? Por ejemplo significa que daríamos preferencia a productos de cercanía a la hora de comprar, o productos que carezcan de ingredientes perjudiciales para la naturaleza (aceite de palma por ejemplo), incluso químicos incorporados que no son buenos para nosotros ni para el planeta; es decir, mirar los ingredientes. Importa también el embalaje en que venga, que también lo estamos adquiriendo y normalmente no le prestamos atención. Podríamos usar más el transporte público o la bicicleta, o dejar de renovar el teléfono cada vez que sale un modelo nuevo. Incluso podemos llevarlo a temas más «extremos», como el ¿qué hacer con nuestro cuerpo al morir? ¿No sería bonito enterrar el cuerpo entero (sin ataúd) y plantar un árbol justo encima que se alimente de nuestra descomposición? Tendríamos el lugar perfecto, un árbol, para rememorar a los seres queridos.

Quizás estoy yendo demasiado lejos. Pero ¿y si este fuera el plan de Gaia? Yo sólo estaría haciendo de canal de comunicación de sus ideas para generar un cambio cultural en nuestras sociedades. ¿Crees que hace falta ese cambio? Y lo más importante: ¿estarías dispuesto a hacer algo al respecto?

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