Prisión política

Te doy la espalda de mi cimiento, te escupo humedad y te grito la soledad de mis paredes. Mi ojo de barrotes te vigila, mostrándote la calle en rectángulos de 10×30. Dicen que no eres nadie, que eres evitable y reemplazable. No te respeto, ni te insulto: mientras no siento la primera lágrima, mientras no escucho los primeros desahogos.

Un día me hablas, mirándome al ojo. Me cuentas que allí afuera todos están encarcelados, en sus propias vidas. Que llegaste a este lugar por fugarte de esa prisión disfrazada de democracia, de estado de derecho, de bienestar. Me muestras que el golpe no cesó, solo evolucionó. Los golpes…

golpe tras golpe
detenido tras detenido
mutilado tras mutilado

– Ahora no matan, adiestran a zombis – me conversas. Antes las gentes sabían que sentían miedo. Ahora no son conscientes de que no sienten. Mutilados de los cinco sentidos, lisiados de instinto e intuición.

Yo me asombro con lo que me revelas! A mi indeseado cobijo, los que llegan sienten. Les huelo su sentir, mis paredes quedan impregnadas de tanta rabia, tanto odio, pero también, a veces, de amor, soledad, esperanza, compasión. Si no percibiese la verdad en la vibración de tus palabras, pensaría que eres un loco más de los tantos que he visto botados en mi piso manchado de vómito y heces.
Inspiras pausadamente y prosigues.

– Hace 40 años la humillación era por un trozo de pan, hoy día es un por un crédito de consumo. El cambio es innegable: el tirano, escondido detrás de un algoritmo, simula libertades en cuotas vitalicias; y el esclavo vive convencido de que es dueño de su libertad. La impotencia por las injusticias densifica el aire de todos los territorios. Pero de tanto respirarla, se suaviza. Es como la contaminación, te acostumbras a ella hasta el día en que te diagnostican un cáncer. Ahí, eventualmente, logras quitarte el antifaz, hasta que te toca pedir otro crédito … para el tratamiento.

Oye, ¿y tu? – te pregunto con genuina curiosidad, ¿Cómo te diste cuenta?

– Un día, – me contestaste – me caí hacia dentro. Y, desde ese lugar, entendí que nada ni nadie puede privarme de la libertad de ser.

¿Y sientes miedo?

– ¡Claro que siento miedo! Pero el miedo no es mi motor, es mi mecanismo de auto-cuidado.

Entonces si eres libre, por qué luchaste hasta la cárcel?

– Porque no existo. Co-existo.

 

 

Foto de Karla Riveros, CC.

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