El tiempo que nunca existió

La percepción lineal del tiempo al igual que la intención de medirlo es una característica de la especie humana. Pero los cálculos no siempre son exactos y hay que corregirlos. Esas correcciones hacen que se generen paradojas temporales en la historia. Unas paradojas incomprensibles para el razonamiento que son desconocidas por la mayoría.

El tiempo es un concepto difícil de definir. Según el área del conocimiento hablamos de una cosa u otra. En física, por ejemplo, podemos estudiarlo como una medida absoluta o como una magnitud relativa al observador. Ambas formas, sin embargo, son conceptos fácilmente aplicables a acontecimientos históricos.

No es común saber que en la amplia cronología de nuestra historia existieron paradojas temporales. Hechos que según la medición del tiempo, cayeron en un sinsentido razonable. 

Volviendo al concepto físico del tiempo en su forma absoluta, podemos afirmar que durante el siglo XVI desaparecieron por completo diez días enteros. Una semana y media entre el 5 al 14 de octubre de 1582 que se esfumaron para los habitantes de la época. En la otra medida física del tiempo, aquella que es relativa al observador, un curioso caso apareció en 1522, lo que se pudo considerar el primer jet lag extremo de nuestra historia. Pero, ¿cómo puede haber el tiempo desaparecido así sin más en ambos casos?

Los diez días que se esfumaron

Para explicar la desaparición de diez días de nuestra historia debemos retornar al momento previo en que Roma viraba de una república al imperio. En el año 46 a.C. Julio César hacía un último ajuste al calendario existente para perfeccionarlo. Con esa modificación implementó entonces lo que se conocería como calendario juliano. Sin embargo, este calendario no era perfecto. En él había un desfase de apenas 11 minutos y algunos segundos al año. 

Cientos de años después, con la llegada del Papa Gregorio XIII a Roma, se percataron que ese desfase se traducía ya en días: diez para ser exactos. Apareció con ello un problema católico pues, de seguir así, la Semana Santa iría retrasando peligrosamente año tras año la exactitud de sus fechas. Es por ello que el Papa decidió modificar el calendario  juliano existente. Asesorado por eruditos de la Universidad de Salamanca y decidido a ajustar con exactitud la última semana de Jesús en los días que realmente fueron, se vieron forzados a redimir el error del calendario existente. Así, tuvieron pues que eliminar para siempre diez días del tiempo ya existente. Para ser más exactos, los días del 5 al 14 de octubre de 1582 no existieron jamás. Con esta modificación apareció el calendario que utilizamos hasta la actualidad, el calendario gregoriano (en honor al Papa).

Esta supresión trajo consigo curiosidades históricas; Santa Teresa de Jesús, fundadora de las carmelitas descalzas, que falleció el día 4 de octubre y fue enterrada un día después, el 15 de octubre. Shakespeare y Cervantes no fueron por tanto enterrados, como se cree, el mismo día de 1616. Aunque se estudie que ambos se sepultaron el 23 de abril, cada uno lo hizo según un calendario diferente. Mientras Cervantes, y España, ya seguían el calendario gregoriano, Shakespeare falleció el 23 de abril del calendario juliano, lo que retrasaría su muerte hasta el 3 de Mayo del Gregoriano.

El primer jet lag de la historia

Otro acontecimiento curioso entre la historia y el tiempo es el que vivieron los primeros marinos que circunnavegaron el globo. Pigafetta, el más importante cronista de las Naos de Magallanes, observó que tras su arribo a Cabo Verde, después de tres largos años de su increíble periplo, los días no coincidían. Convencido que estaba de su exhaustivo registro se asombró al ver que las cuentas no cuadraban. Según le indicaban, un día de sus vidas había desaparecido. Un jet lag temporal desconocido entonces. Esta paradoja fue resuelta, según se cuenta en una de las ediciones del libro Décadas del Nuevo Mundo, de esta forma;

“Cuando esta nave volvió a Cabo Verde pensaban los marineros que era miércoles, y se hallaron con que era jueves; les faltó un día en aquella vuelta en el transcurso de tres años….Ansioso yo con este cuidado, busqué a Gaspar Contarini…Discutiendo con varios argumentos esta nueva y hasta ahora inaudita narración, reconocimos que podía suceder de este modo: 

Esta nave castellana salió hacia Occidente, adonde se encamina también el sol. De donde resultó que, siguiendo al sol, cada uno de los días fue para ella más largo; por lo cual, completado el círculo que el sol traza en el espacio de veinticuatro horas hacia Poniente, consumió (la nave) un día entero, y así tuvo un día de menos”

Hoy en día esta “pérdida” de tiempo es algo habitual con el viaje aeronáutico pero siglos atrás sorprendía al mundo. Un famoso escritor, Julio Verne, quedó fascinado con este suceso, tanto, que lo incluyó en el final de una de sus obras más célebres. Phileas Fogg creyó haber perdido su apuesta por cinco minutos al regresar al Reform Club. Sin embargo su viaje fue en la dirección opuesta a la de Magallanes, por lo que durante su vuelta al mundo no tardó 80 días como reza el título de la novela de Verne para realizarla, sino 79.

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