¿He interpretado bien el papel?

Aunque sabemos que actualmente la democracia no es un sistema que funcione bien, existen muchísimos otros que son peores. La historia de la humanidad ha navegado entre autoritarismos despiadados que se justificaban en sus orígenes. Personajes con ansias de poder que han disfrazado sus acciones con el único fin de sentarse a dirigir un imperio, una nación, desde lo más alto.

Se cuenta que el primer emperador de Roma, César Augusto, se despidió así de su existencia desde su lecho de muerte;

“He representado bien mi papel en esta comedia que es la vida. ¡Aplaudanme!”

 Es curioso como esta frase, ya legendaria, tiene una lectura aplicable a otros mandatarios en diferentes momentos de la historia. Y es que para leer entre líneas debemos comprender el contexto en el que se generó.

César Augusto llegó a una Roma desangrada por dos guerras civiles. Los cimientos de la gran civilización clásica se tambaleaba en la inestabilidad. El senado, receloso siempre de regresar a tiempos tiránicos de reyes todopoderosos, dudaba de su gobierno ante los conatos previos de dictadores como Julio César. Fue en ese contexto donde un astuto Augusto navegó hacia el poder.

Y es que, con muchos senadores creyendo que la figura de César Augusto era necesaria para garantizar la estabilidad, lo nombraron Princeps, o primer ciudadano. Este nombramiento evitaba, sabiamente, los conceptos de rey, dictador o tirano. Se actuó así a conciencia pues esos eran títulos prohibidos en una república como la romana. Sin embargo, Augusto era, a todos los efectos, el primer rey, o como luego se le llamó, el primer emperador de lo que comenzaba a brotar en Roma, el Imperio Romano.

Y es que ese viraje de un sistema “democrático” hacia uno tiránico fue a través del miedo como combustible y de la inestabilidad como sustrato. Augusto interpretó sabiamente el papel de trilero, de audaz mandatario que enmascaraba su poder con la idea de una falsa república. Representó su papel a conciencia engañando al público que asistía a la obra. Roma por aquel entonces vivía temerosa de algo peor. El miedo envenenaba sus mentes y favorecía la aceptación de cualquiera que arrojara serenidad, aunque con ello se mintieran a sí mismos y a su rechazo hacia al absolutismo. Aplicaron la frase “Santa Rita, Santa Rita, que me quede como estoy…” cueste lo que cueste. Y el costo fue muy alto. 

Es recurrente en nuestra historia aceptar a un tirano, a un asesino o a un loco como mandatario ante el miedo que nos venden. Muchos hombres han hecho la guerra, se han levantado en armas contra sus países, contra países enemigos, con la excusa de ser necesarios para garantizar la estabilidad, o bien porque había que expulsar a aquellos que les perjudicaban, o porque necesitaban traer de nuevo los valores tradicionales, o por mil pretextos de arreglar un desastre existente a través de engaños bobos como solución. Juegan con el miedo, con el “¡Cuidado que viene el lobo!, yo os salvaré”. Un fraude, que se repite constantemente para subirse a la poltrona. 

Personajes de ideologías como Franco, Pinochet, Hitler, Musolini, o de otras contrapuestas como Stalin, Mao Zedong, Pol Pot, Fidel Castro, Daniel Ortega, utilizaron la misma excusa disfrazada para salvar al pueblo. Un pretexto que se transformó en absolutismo una vez consiguieron sus objetivos. La historia los juzga y el tiempo desentierra la realidad de sus acciones.

Todos llegan al poder como lo hizo Augusto en los primeros pasos del imperio. Todos interpretan su papel, su engaño, para esta comedia que es la vida. Pero sus gobiernos poco tienen de comedia y mucho de tragedia. Que me quede como estoy es un pensamiento peligroso ante personajes de esta índole. Nunca, aunque el miedo invada cada célula de nuestro cuerpo, debemos dejarnos engañar por farsantes llenos de promesas vacías de salvación.

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