Esta historia va sobre abortos

Esta historia va sobre abortos, pero bien podría ir sobre maternidades, embarazos, y por supuesto sobre dolor. Pasé de adorar a ese bichito que llevaba dentro a querer que me lo arrancaran de mis entrañas, pero también pasé por quererlo más y odiarme más a mí.

Hay tantas cosas que no se enseñan, tanto dolor que no nos avisan que vamos a sentir. Parece que en este mundo edulcorado todo es perfecto y maravilloso, te diseñan la sonrisa para que no quepa lugar a dudas y te venden más barato el donut de la felicidad y así enmascarar el amargo sabor de la realidad. No significa que todo sea falso, hay mucha verdad en las historias que no se cuentan. Pero es peligroso disfrazar la vida de carnaval, porque en algún momento tu disfraz se puede despedazar y en ese instante te das cuenta de que ni tú ni nadie está preparado para lo natural.

Viernes a mediodía. Suena el teléfono. Estaba esperando la llamada, deseosa de que no se hiciera realidad, pero el sexto sentido o el instinto maternal de la madre que aún no era hacía saltar todo el tiempo las alarmas.

No fue como esperaba y se cumplió la auto profecía. Era el resultado de un estudio genético. 15 semanas. Podría no haber sabido jamás de que se trataba, podría no ser sanitaria y no estar rodeada de magníficas amigas sanitarias y no me habría enterado hasta tiempo después. Pero esa no es mi historia. Yo soy de esas personas que ven el dolor y la enfermedad e, irremediablemente, será por deformación profesional, piensa en ellas. Soy consciente de que la naturaleza hace estas cosas y era consciente de que no estaría preparada o simplemente no quería vivir en el dolor permanente.

Esta historia va sobre abortos, pero bien podría ir sobre maternidades, embarazos, y por supuesto sobre dolor.

Aunque nada estaba mal del todo, durante el proceso aparecieron algunos contratiempos, supongo que el más importante fue que no llegó el resultado del triple screening. Llevábamos tiempo esperando y dado que no llegaba y ante la desconfianza decidimos solicitar la prueba. Súper sencillo. Solo tienes que teclear en el buscador, test diagnóstico prenatal, y te saltan un montón de ofertas por el módico precio de 500-700 euros dependiendo de lo que desees.

En estos momentos me doy cuenta de lo privilegiada que soy. Sí, mujer blanca heterosexual, con estudios y trabajo remunerado (no tiene por qué ir unido). Podía pagarlo.

Y justo ese viernes a mediodía, 10 días después, llega el resultado.

Enfermedad genética. Una de esas enfermedades que se manifiesta según la afectación, totalmente imprevisible. Podría ser desde una persona prácticamente normal a una persona totalmente dependiente. No quería creerlo. Pregunté varias veces, pero la respuesta era clara: de 8000 células analizadas todas menos una tienen la enfermedad. ¿Esto lo convierte en enfermedad y no en síndrome? No lo sé. Quizás yo quiera pensar que sí para sentirme menos culpable.

Ulrike Mai en Pixabay

En ese momento y de nuevo, estar bien rodeada y tener la información me hizo actuar con mucha rapidez. En 4 días me hicieron la amniocentesis, decir que aquí ya no era un “41 barra” (usuarios de la seguridad social) como fui hasta ese momento, y pase a ser la “amiga de”. Estaba al límite de las semanas permitidas para abortar y tenía que ser todo muy rápido. No sé cuánto tiempo me habría llevado por el cauce normal pero no quise averiguarlo. Supongo que como la experiencia hasta ese momento no había sido buena y que ya me daba igual el “síndrome del recomendado”, decidí serlo y buscar ayuda.

Tuve que pasar el trago durante el momento en que me iban a pinchar de escuchar cómo me cuestionaban. Como te dicen con una aguja en la mano que conocen a gente con esta enfermedad y son normales. Como una y otra vez te enseñan a ese bebé diciéndote que todo es normal. Tiene pulmones, le late el corazón… y tú cada vez te haces más pequeña y más ruin porque sabes que ya no lo quieres.

Es duro, ¿verdad? Muy duro. Pasé de adorar a ese bichito que llevaba dentro a querer que me lo arrancaran de mis entrañas… pasé por eso, sí. Pero también pasé por quererlo más y odiarme más.

Después de ese momento en que me sentí cuestionada y juzgada y, obviamente, sintiendo que podría estar equivocándome busqué toda la información a la que tenía acceso. ¡Benditas redes sociales donde puedes buscar de todo tipo de asociaciones y grupos!

Allí estaba el que yo buscaba. Y no, no me gustaba lo que leía. O sí. Encontré madres y padres revindicando estudios prenatales fiables que permitan saber la noticia con antelación. En mi caso, un tiempo después llegó el resultado de mis análisis por la seguridad social y decían que era normal… obviamente no son tan sensibles para detectar este tipo de enfermedades. Encontré madres y padres destrozados por una enfermedad rara que no se diagnostica a tiempo y que por no tratarse a tiempo puede tener consecuencias graves, personas condenadas a la infelicidad y el dolor. Leí muchas historias, y todas tenían algo en común: querían morir. Siento que decir esto es duro, pero para mí era un alivio. Yo iba a decidir por él y quería decidir bien. También decidía por mí, y lo que es más importante decidía por mi pareja y por mi familia.

Transité por el sí y por el no, y en los momento de debilidad y duda, en los momentos en que pensaba de mi como en una asesina, una nazi y decidía seguir adelante para no cargar con eso, veía a mi pareja que me decía que lo estaba condenando si seguía con el embarazo. Él no quería seguir. No dudaba. Cierto es que no lo había tenido dentro, que no había sentido las náuseas matutinas, no había visto crecer sus pechos, no había vivido la revolución hormonal. Pero tenía su ilusión y sus miedos, y ahora su miedo era que yo decidiera continuar con el embarazo.

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Tuve el apoyo de mi familia y de mis amigas. Amigas con mayúsculas que buscaron conmigo y que hablaron con genetistas y otros profesionales para tener más información. La información es poder. Y con el poder que puedo ejercer sobre mi cuerpo (no es así en otros lugares, ni para otras mujeres), decido parar. Con un diagnóstico confirmado de patología fetal grave antes de las 20 semanas está permitido abortar. Es nuestro derecho. Es uno de los supuestos permitidos para el aborto. No es el único, afortunadamente para esas mujeres que han sido violadas, o para aquellas que simplemente no pueden ser madres o para aquellas en que su vida corra peligro.

Entonces descubrimos la siguiente parte más interesante de este proceso. No se practican abortos en la sanidad pública. Bueno, si el feto está muerto sí. En ese momento te das cuenta de la realidad. Eres un trapo sucio que tiene que salir por la puerta de atrás. Los trapos sucios se lavan en otro sitio. Tienes que ir al centro de salud a pedir un papel de IVE (interrupción voluntaria del embarazo) y entonces te derivan a las clínicas con quien tienen concierto para ello.

Abortos
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Por suerte hay hadas en todos los lugares y justo en ese está la mejor. Tuve la gran suerte de dar con ella. Esa persona sensible y amable, empática que me acompañó todo el proceso y me lo hizo fácil. Por primera y única vez, un psicólogo me escuchó y nos guió en el proceso.

En una semana, con casi ya 18 semanas ingresé para decirle adiós.

Quién crea que abortar es fácil es un ignorante y no tiene la más mínima idea de lo que esto supone.

Ese bebé, que ya tenía nombre, era mi hijo. Mi primer hijo y yo decidí que lo redujeran a la nada. Es muy fuerte. Es así. Eso es lo que pasó y eso es lo que está en mi cabeza desde hace 3 años.

Cuando pienso en ello recuerdo la última ecografía. Recuerdo como esta hada especial me dijo que se había parado su crecimiento, y que seguramente hubiera ido mal igualmente. No se si esto me lo estoy inventando o si se lo inventó ella, solo sé que es lo único a lo que me puedo aferrar para no odiarme más.

Odiarme por no querer sufrir y no querer ver sufrir a lo que más habría querido en el mundo. Odiarme por no soportar la enfermedad, las consultas, hospitalizaciones, el bullying, el dolor de cada día por vivir en un mundo que no está preparado para la imperfección. Yo no podía cambiar el mundo por él. No podía cambiarme yo, que soy parte de ese mundo.

Josef Stückel en Pixabay

En una semana estaba incorporada a la vida. Máscara de que todo va bien y a seguir. Cuando miraba a algunas personas recordaba sus lecciones de moral. Recordaba su juicio y no podía verlas igual.

Fueron los momentos más duros de mi vida y me sentí muy sola.

¿Por qué nadie te cuenta esto? ¿Por qué no te dicen que las cosas pueden salir mal y que es normal? Que habrá que tomar decisiones que van a doler, porque no está en la luz, y como siempre, todas estas historias solo se cuentan en la oscuridad.

He tenido otro hijo, sano y maravilloso, al que adoro. No ha sido fácil tampoco, pero no os voy a contar mi vida entera. Pero vivo con ello, vivo con la culpa y el miedo, y con ese sentimiento de no merecer lo bueno que tengo. Con la angustia de que algo le pase como castigo, y esto es horrible.

Es horrible darme cuenta de donde viene esto, de donde vino el juicio. Darme cuenta del papel en el que quedamos las mujeres, y no poder hacer alarde de ese feminismo que proclamo. Y gritar a los cuatro vientos que soy mujer, que soy un animal que lucha con uñas y dientes. Gritar que decidí por una vida sin dolor porque tuve la oportunidad de hacerlo, que paré a tiempo un sufrimiento, que sirvo para algo más que para traer hijos al mundo y que no quiero ser sumisa y entregada. Que quiero vivir, disfrutar y que si puedo elegir quiero hacerlo sin culpa, sin miedo al castigo ni a nada.

Hoy, 3 años después decido escribir esto.

Decido abrirme y soltar, porque después de esto ya llevo otros dos abortos, naturales, que, aunque duelen, no tienen nada que ver con el otro dolor.

Tengo muchas amigas en proceso de ser madres, con tratamientos muy duros y con mucho desgaste y frustración detrás. Afortunadamente empezamos a hablar de ellos. Afortunadamente podemos llorar y reír y burlarnos juntas de El sueño de la maternidad, de la idealización del proceso. Podemos gritar que estamos cansadas.

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