La hipocresía del poder

Somos todos hipócritas. No pretendo con este texto que nadie se ofenda, tampoco pretendo que de repente surja una revolución, pero si queremos que algo cambie lo primero sería reconocer el presente. Como me decía mi psicólogo, “es importante tener presente aquello que nos afecta”. Por esto creo que es fundamental reconocer como estamos invadiendo constantemente a otros con nuestro poder, como dejamos en manos de nuestros gobiernos el tener asegurada nuestra comodidad a costa, muchas veces, de la comodidad (por decirlo suavemente) de otros.

La historia entre países está llena de conquistas y derrotas por todas partes; desde los primeros Homo spp., pasando por Alejandro Magno, los años de los imperios, el pirateo y llegando a la actualidad.  Imaginemos un país en el que la lucha por los recursos y el poder conlleva el agotamiento de materias primas que hacen que nos mantengamos en el estado de comodidad que teníamos. Podemos llamarlos árboles, agua, metales, o lo que queramos, pero si se agotan, nuestro ímpetu nos llevará a otras zonas donde podamos conseguir ese nivel de confort que teníamos. No esperamos a que se renueven los recursos, no nos adaptamos a lo que nos ofrece el lugar, sino que queremos ir a otros lugares, o mandamos “emisarios” a que negocien o directamente roben los recursos que necesitamos. 

Tenemos esa “manía” de meternos en casa de los demás a coger lo que podamos.

Por suerte hoy vivimos una época menos violenta. O al menos eso nos gusta pensar. La explotación de recursos naturales fuera de nuestras fronteras sigue siendo una realidad, o ¿de donde sale el coltán para la pantalla de nuestros móviles? Quizás tienes un teléfono sin coltán, pero, ¿cómo permitimos la explotación y condiciones de las personas que sacan ese material? Nosotros seguimos mirando hacia otro lado. Quizás el coltán sea algo muy “lejano”.

Vengamos un poco más cerca. El Parque Nacional de Doñana, una de las joyas naturales de toda Europa, y así está mantenida por fondos de la Unión Europea. Aquí es donde a mi me duele mi propia hipocresía. Siendo un férreo defensor de la naturaleza, no quiero que nada altere el mundo natural que me rodea. El dinero que viene de otros países para conservar “lo nuestro” impide que miles de personas se labren un futuro, un trabajo, en toda la zona, tal y como hicieron los países “más desarrollados” que nos dan dinero para que no estropeemos la poca naturaleza que queda en la UE. En otras palabras, “no lo arruines que esto nos afecta a todos”. ¿Arruinaron ellos su naturaleza sin pedir permiso?

Lanpernas en Flickr

Cuando China se colocó como potencia económica mundial los comentarios de “imagina que ellos tengan ahora dos coches por cada hogar, nos quedaríamos sin petróleo, destruiríamos la atmósfera, el clima…”. En nuestra sociedad, donde multitud de familias contaban con uno o dos coches, queremos limitarles a ellos su posibilidad de desarrollarse tanto como lo hemos hecho ya nosotros. No somos conscientes de que nuestro nivel de desarrollo es el que ha hecho que hoy en día tengamos el cambio climático o la sexta gran extinción de la especie. ¿Somos, o no somos, hipócritas?

Asian Development Bank en Flickr

Yo estudio cómo conservar los medios naturales, esos recursos que no son ni míos ni tuyos, ni de Alemania, ni Estados Unidos, ni de nadie. Hemos hecho leyes de protección ambiental, que sin duda hay que defender, que son necesarias para que sigamos teniendo algo de calidad de vida. Pero ¿y el niño que trabaja en la mina de coltán? Está impreso en nuestra forma de ser, desde antaño, intentar vivir mejor, y si eso conlleva someter a los demás, no parece que tengamos mucho problema en hacerlo. ¿O no murieron miles de personas porque Alejandro Magno quiso tener el imperio más grande jamás visto? Tenemos esa “manía” de meternos en casa de los demás a coger lo que podamos.

Termino con una reflexión sobre nuestras políticas de movimiento. En ellas mantenemos un libre transporte de materias, flujos ingentes de recursos entran en países desarrollados, y flujos ingentes de basura salen hacia países a los que pagamos para que la acepten. Sin embargo, a esas personas que no quieren vivir entre nuestra basura, o en las guerras que provocamos en sus países de origen, les negamos la entrada porque pueden alterar nuestra economía. La gente que está de acuerdo con esta prohibición podría quizás hacer un juego de rol, o simplemente imaginarse lo que podría suponer vivir así. Al que está en contra de esta prohibición: ¿podrías hacer algo más? ¿Cada cuánto cambias tu teléfono obligando a niños a meterse en minas donde extraer el coltán?

Jim Black en Pixabay

Las decisiones que tomamos no se crean en un vacío, el portátil o el vaso que tiramos no desaparece mágicamente, los productos que ya no sirven porque no se pueden actualizar más terminan en la basura. Imágenes de ordenadores en ríos africanos del documental “Obsolescencia programada” reflejan esta idea. Ponernos la bandera de la igualdad, de la fraternidad, de la defensa de los pueblos oprimidos, no sirve de nada si no tomamos consciencia de cómo nuestros actos hablan más fuerte que nuestras voces. Y gritan ¡Hipócrita!

 

 

Lanpernas en Flickr, CC
Asian Development Bank en Flickr, CC

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