«Soy consumidor de cocaína»

“Soy consumidor de cocaína”. Me contaba mientras veía en sus ojos ese brillo que estremece porque sabes que si hay lágrimas en los ojos que no deja salir, algo más grande está atrapado dentro de él.

En mi desconocimiento y prejuicio supongo que quiere escapar de algo, una realidad dolorosa, poner tirita al sentir mal para poder sentir bien. Pero no. Su respuesta me sacudió como un tsunami: 

Realmente no quiero escapar de nada, no hay ningún problema… quizás ese sea el problema, solo hay vacío. Hay un vacío tan profundo que no sé como llenarlo. Siento que estoy de vuelta de todo. Soy un imbécil porque seguro que hay mil cosas que aún podría descubrir, pero dentro no hay nada.

Viajé, disfruté, he tenido varias parejas y miles de amigos… pero entonces llegó ella. Al principio nos seducimos mutuamente, acompañado socializar fue más fácil, unida a mí sin condiciones, pero poco a poco ya solo me interesaba ella, se convirtió en el eje de mi día, y justo ahora solo quedamos ella y yo. Y mi vacío.”

 Mientras él me contaba eso, yo pensaba que ese vacío y esa frustración son universales. Da igual a qué te dediques o de dónde vengas; si te atrapa, te atrapa y hay que ser valiente para poder verlo. Él lo veía. Y no sé por qué necesitó compartirlo conmigo.

 Me contaba que lo único que lo llenaba todo ahora era ella. “Ella está conmigo al despertar, y al acostarme, ocupa mi día, mis series en el sofá, las partidas de videojuegos y los momentos a solas. Se ha convertido en mi y yo en ella.

Mi madre me ve. Me mira y sufre. Y yo lo sé.

Ella se ocupa de la casa, de la limpieza, de cocinar y de ir a esas tiendas del barrio que yo no he tenido necesidad de conocer,… a veces me pregunto que pasaría si tuviera que ocuparme de todo eso de lo que se ocupa mi madre. Yo le digo, ¿de eso? Eso eres tú. Esos son tus cuidados, y eso es la vida.

cocaína
Rudy and Peter Skitterians en Pixabay

Sale al campo cada mañana, pendiente del cielo, si llueve no hay curro y tendrá tiempo para llenarse de ella.

Me dice: “Si no fuera por la precariedad creo que me encantaría trabajar en el campo. Al aire, fuera de las paredes que te asfixian y del ladrillo que te desconecta, pero es precario, y yo no llego a final de mes. Algún tiempo soñé con estudiar matemáticas o física, o, quién sabe, psicología. Era buen estudiante. Pero se quedó ahí, en un sueño, y mis alas no batieron lo suficiente como para alcanzarlo.”

Mil cosas pasan por mi cabeza, y quiero solucionarle la vida. Darle los mil y un consejos que cualquier cuñado de turno podría soltar por su boca… pero me callo.

Le escucho atenta, pensando cómo debe sentirse ahora mismo para contarme todo eso. A mí, una completa desconocida. No sabemos nada el uno del otro salvo nuestro nombre.

Él me dice que no sabe por qué me cuenta todo esto, y yo le digo que ojalá pudiera cambiar como se siente. Explicarle que el vacío no depende de tu situación laboral, ni de tu nivel de estudios, ni siquiera depende de lo duro que hayas luchado para conseguir tus sueños, o lo sueños de otros que tú hiciste tuyos sin saberlo. La frustración se esconde a la vuelta de la esquina, y yo creo que la han colocado ahí. Es más fácil gestionar a gente frustrada.

Ninguno sabemos nada. Así nos quedamos. Un poquito más llenos, porque alguien frente a nosotros no juzgó, y simplemente nos miramos y nos sentimos.

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