La década en que la ciencia se despidió de la religión

Darwin, Mendel y Wallace. La historia del primero es conocida por todos, con sus viajes a bordo del Beagle y sus razonamientos para cambiar el mundo. Los otros han pasado considerablemente más inadvertidos en la sociedad. Sin embargo, los tres juntos marcaron el comienzo de un movimiento que no puede pasar inadvertido.

En 1858, Alfred R. Wallace y Charles R. Darwin publicaron sus propuestas para explicar la evolución de los seres vivos en un artículo, y un año después Darwin publicaría El origen de las especies. En aquella época esto fue terriblemente controversial, ya que la iglesia y la ciencia hasta el momento iban de la mano. Tanto era así que, según el arzobispo James Ussher había proclamado, la edad del universo no debía ser anterior al 4004 a. C., siendo esto una crítica importantísima a la teoría evolucionista. Los autores sabían que en apenas 5.862 años no daría tiempo a producir semejantes variaciones en las especies.

Wallace y Darwin

Se desconocía en aquel entonces cómo podría producirse la transformación. En la época, se pensaba que el producto de la reproducción era igual a mezclar colores, en la que el hijo es una mezcla del 50% de cada progenitor. La teoría evolutiva afirma que los individuos mejor adaptados son los que sobreviven, pero los opositores rápidamente afirmaron que esa ventaja se perdería al mezclarse con el otro progenitor. ¿Cómo explicarlo entonces?

Ambos problemas, hoy en día resueltos, complicaron la validación de las hipótesis propuestas. Sin embargo, apenas tres años después, en 1861, fue descubierto el fósil de Archaeopteryx (Arqueoptérix en español), que vino a corroborar la idea de evolución. Es considerado una de las primeras aves (tradicionalmente se consideró el primero, pero otros han aparecido, aunque sin tanto renombre), y fue tan importante porque tiene características de reptil y plumas de ave. Se consideró, y aún se considera, pieza clave para entender las transiciones de especies y confirmar la teoría de variación. 

Arqueoptérix. Markéta Machová, Pixabay

Con el descubrimiento de Arqueoptérix se abrió el campo de la paleontología enormemente, y la búsqueda de otros fósiles que pudieran explicar transiciones entre grupos de especies. Fue el caso, por ejemplo, de Hesperornis (descubierta en 1871), un ave buceadora que poseía dientes (característica de reptil). Curiosamente, este pájaro, de un tamaño considerable, tenía patas que por su disposición se aprecia que no le servirían para caminar (debería arrastrarse) pero sí para bucear.

La crítica sobre el tiempo quedaría sin resolver durante las vidas de Darwin y Wallace. No obstante, el problema de la variación sí que vio la luz poco después de sus teorías, cuando Gregor Mendel, en 1865 publicó sus experimentos en plantas. Aunque esto le condujo a ser nombrado el padre de la genética, las publicaciones de Mendel no tuvieron ningún tipo de impacto entonces, y tuvieron que pasar décadas para que estas ayudaran a explicar la evolución. 

Así, en apenas una década o menos, científicos dentro de las doctrinas religiosas sentaron las bases para que la ciencia se alejara de la teología. Aunque Wallace, Darwin y Mendel, entre otros, nunca tuvieron la intención, sus descubrimientos facilitaron uno de los mayores cambios de pensamiento que ha vivido la humanidad. Fósiles y genes son el pistoletazo de salida y se mantienen aún hoy como las herramientas con las que explicamos nuestra existencia.

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