¿Cómo se crea un dictador?

Hace años que los discursos de odio, rígidos, exclusivos e hirientes están por todas partes, y eso debería llamar nuestra atención. Más aún el hecho de que esos discursos adquieran tantos adeptos como para entrar en organizaciones políticas y, en muchos casos, transformar la sociedad. Estos cambios convierten nuestras comunidades en intransigentes, racistas y, en algunos casos, agresivas. Pero, ¿cuáles podrían ser las condiciones y motivaciones que crean al personaje autoritario, impositivo y dictatorial?

Desde un punto de vista clínico, los individuos autoritarios podrían padecer una psicopatía o carecer de habilidades sociales. Son personas con convicciones firmes, rígidas y estrictas. Estas convicciones estarían sustentadas por una serie de normas (familiares, societales, disciplinas escolares, etc.) que, o bien imponen ellos, o bien les han sido impuestas y ellos intentan perpetuar. ¿Por qué es importante pensar en esto? Partiendo de la idea de que no queremos demonizar a nadie, sino entenderlos, intentaremos transmitir que estas personas creen que hacen el bien, lo correcto.

Si están haciendo “el bien”, ¿cómo llegan a extremos tan crueles como Hitler, Mao Zedong o Pinochet? Esto se debe a que hay una característica común en los comportamientos autoritarios, que es la “no mentalización del otro”. Es decir, que para ellos el otro no es una persona con necesidades o inquietudes propias. Básicamente, serían personas con una gran falta de empatía. Incluso  puede considerarse un mecanismo de defensa personal. No plantearse el daño que se hace al prójimo evitaría el sufrimiento por acciones desconsideradas o desmesuradas. Hay quienes plantean también problemas durante la infancia, frustraciones sin resolver, o resentimientos que pueden llevar a ejercer daño durante mucho tiempo.

¿Cómo, en todas las situaciones dictatoriales que ha habido, hay personas que matan a otras, o torturan, sin pestañear? Ese grado de indiferencia por el sufrimiento ajeno es extremadamente perturbador.

El problema vendría de que todo lo que no es el bien es el mal. Así, nos enfrentamos a dualismos como bien-mal, amigo-enemigo, correcto-incorrecto. Estas simplificaciones tienen implicaciones muy graves en todos los aspectos de la convivencia y la política. Al simplificar los escenarios, quien es autoritario se considera héroe, defensor de los valores “correctos” de la sociedad, quien puede asegurar que se cumplan.

Gerhard Janson en Pixabay

Se ha estudiado además, que estos comportamientos tienen raíces en conductas paternalistas. Un marco familiar, sobre todo un padre, con jerarquía y unas visiones rígidas sobre la sociedad, puede implantar este marco estrecho generando tremendos choques con la realidad. En ese constructo, serían los enemigos quienes habrían traicionado algún acuerdo originario de amistad o conciliación; serían ellos quienes estarían fuera del marco transmitido.

La historia que nos llega, repleta de héroes de guerra, liberadores del pueblo y defensores de la moralidad, impulsa un imaginario en que los otros serían los malos. Sin embargo, esas “hazañas” están llenas de matanzas, torturas y violaciones de derechos humanos. Para llegar a estos extremos la confianza del pueblo debe reposar sobre una persona que aparente representar todo lo bueno de la sociedad, un ser “puro”.

Las personas autoritarias apelarán a nuestras emociones más básicas, como el miedo o la ira, para conseguir que estas nos lleven a delegar en ellos nuestra lucha. ¿Por qué lo haríamos? Porque el autoritario se ha forjado en la lucha, frente a amenazas que no permiten la duda. Ante la incertidumbre o un malestar generalizado, todos querríamos que alguien viniera a traer “tiempos mejores” (recordemos el “make America great again” de Trump o el “libertad” de Ayuso). Las personalidades que describimos viene de convicciones fuertes, con mensajes sólidos. Son confiados e impulsivos. Con su devoción pueden convertir sus prioridades en las metas del pueblo. Son personas que «dan soluciones en lugar de problemas».

Campo de concentración Dictador
Auschwitz Dariusz Staniszewski Pixabay

¿Cómo, en todas las situaciones dictatoriales que ha habido, hay personas que matan a otras, o torturan, sin pestañear? Ese grado de indiferencia por el sufrimiento ajeno es extremadamente perturbador. Quien comete estos actos de violencia delega la responsabilidad en el superior, eliminando su culpabilidad. Pero, ¿cómo duermen los altos cargos que dan las órdenes? Siempre me he inclinado a pensar que se trata de un desprecio extremo por lo que suponen “los otros”, “el enemigo”, y que eso ocurría en gran medida por una demonización mediática de un sector de la población. Recuerdo en el libro 1984 como se hacía una persecución a través del miedo. Pero quizás se le puede atribuir un sentimiento de heroicidad a quienes creen que al hacer eso están liberando a su pueblo.

Las noticias falsas, la demagogia, generar dudas en la población son trampas que se usan para asociar al otro con la traición, con la anarquía o con una violencia desmedida. Sin embargo, la violencia del héroe sería legítima, sería justa. Así se crea un imaginario en el que “los valientes no dudan en eliminar bandidos que comprometen el futuro del país” (Sorel). La virtud y la valentía amparan la violencia del héroe.

Si nos planteamos cómo crear a un dictador, diría que no es posible hacer muchas generalidades, porque las ideologías varían mucho. Pero sí que podríamos mirar a cómo trata a los demás. Si sus ideas son inclusivas o por el contrario está echando la culpa de todo a ciertos sectores de la población. Podemos analizar su empatía, y sobre todo mirar si son personas que imponen su forma de ver el mundo a los demás, sin un atisbo de duda en su discurso. Esas personas, que no se atreven a replantearse nada, son quienes dan miedo de verdad.

 

(En el video podemos escuchar como se manipula, como se habla de lo malo que es el otro, de como se ha interferido en otros poderes por el «bien común», sólo con ver los últimos 30 segundos. Está en inglés, pero puede subtitularse.)

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